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Un cambio cultural | Artículo de Opinión por Juliana Noreña

tomada de twitter

En Colombia se ha normalizado de tal manera la violencia que, pensar en una Colombia en paz resulta utópico, o al menos es así cómo los detractores del Pacto Histórico denominan a nuestra idea de país. Precisamente es ahí donde, según ellos, radica nuestra mayor debilidad: somos muy “idealistas”. Digo somos porque, aunque no participo activamente dentro del partido, he participado a través de mi voto apoyando su propuesta de país. Que definitivamente es muy contraria a la imagen que el poder hegemónico nos ha querido dibujar con sus historias construidas para atemorizar a un montón de ciudadanos que desafortunadamente han heredado la ignorancia política y la normalización de la violencia de generaciones anteriores.

Dijo Chimamanda Ngozi Adichie en su discurso el peligro de la historia única, presentado en una TED talk que “el poder es la capacidad no solo de contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la historia definitiva”. Quizá, reflexionándolo bien, por eso es que siempre me he sentido tan apática frente a la candidatura de Federico Gutiérrez, quien cuenta con una reputación favorable por ser un “buen ejecutor” (sin saber exactamente qué significa eso), pero que a mi parecer es la reproducción de la misma historia que el poder hegemónico nos ha querido contar, del mismo relato de hace décadas -con sus variables discursivas, siendo la actual la más lamentable de todas- que simplemente se ha desmoronado frente a las exigencias de un mundo que está cambiando. “Vamos a ir tras los bandidos”, enuncia con su acento marcado un funcionario público que pretende ser el presidente de un país en el que una amplia parte de la población considera a los estudiantes que luchan por sus derechos básicos unos bandidos, pero alaba a personajes nefastos que se arman para salir a matar a esos mismos estudiantes. Moralmente es sumamente peligroso, en medio de tantos ríos de sangre, apelar a la retaliación, maquillándola como justicia. Así llegó Álvaro Uribe al poder y, a pesar de los presagios, no se pudo detener su maquinaria genocida que hoy se refleja en 6.402 civiles jóvenes asesinados por el Estado que hicieron pasar por guerrilleros. Entonces, ¿podremos confiar en el sentido de justicia de un personaje que precisamente cuenta con el apoyo de esta maquinaria?

Cuando en Sudáfrica se inició la transición para abolir el apartheid, aquellos que representaron a ese pueblo reprimido que había sufrido los terrores de la guerra racial que se emprendió en su contra producto de un complejo proceso colonial, fueron enfáticos en la importancia de un discurso – acompañado de un programa político efectivo- que llamara a la no violencia y a la reconciliación. Supe, a través de Diana Uribe, que de allá importamos la idea de crear una Comisión de la Verdad, una entidad encargada de tramitarla y mediar en los diálogos entre victimas y victimarios del conflicto armado. Quisiera recordarles a mis lectores que a veces “ir tras el bandido” no es sinónimo de seguridad, ni de paz, ni muchísimo menos de reparación. Una vez más, el candidato paisa, no tiene cómo garantizarnos la
implementación, por fin, del acuerdo de paz, si su gobierno está plagado de actores políticos que han hecho campaña mediante el discurso de hacer trizas al mismo.

Ahora estamos frente a la posibilidad de construir otros imaginarios que le apuesten a la búsqueda de nuevos caminos. No se hace nación en cuatro años, pero al menos con nuestra participación en las urnas el próximo 29 de mayo, estaremos reafirmándonos en nuestra voluntad de iniciar un nuevo proceso. Una transición fundamentalmente cultural, que se establece mediante la conciencia colectiva de que siempre podremos contar nuevas historias, diferentes historias, diversas historias y que además siempre ha sido nuestro derecho tejer otros relatos donde la justicia social es posible, bajo el amparo de la premisa que la historia hegemónica es una, ahora mismo, de terror. Por supuesto, esto no inicia ni termina con un
candidato, ni su verborrea, ni sus estrategias políticas, sino, primeramente, con uno mismo. Y que eso debe verse reflejado en las urnas, en la casa, en la calle, y en general, en los espacios en los que construimos sociedad. ¿Es eso una utopía?

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” – Fernando Birri

Redacción por: Juliana Noreña

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